Nada más entrar en una de las interesantísimas salas de este centro mi mirada giró rápidamente hacia una de sus vitrinas donde reposaban un par de rabeles / bandurrias. Uno de ellos hizo que mi corazón diera un pequeño blinco de emoción. Hacía años que no lo veía pero podía reconocer perfectamente esa madera de saúco transformada en instrumento musical.
Era el rabel de Pedro Madrid, mi maestro.
Mirando hora tras hora ese rabel / bandurria aprendí a tocar. Analizando el baile de los dedos del maestro sobre las cuerdas, siguiendo con mi cabeza el hipnótico "va y ven” del arco o rabil.
Mirando hora tras hora ese rabel / bandurria aprendí a tocar. Analizando el baile de los dedos del maestro sobre las cuerdas, siguiendo con mi cabeza el hipnótico "va y ven” del arco o rabil.
Y es que Pedro no tenía un método definido más allá de la pura transmisión oral: mirar, escuchar y repetir, mirar, escuchar y repetir, mirar, escuchar y repetir... y paso a paso fuimos aprendiendo.
Salí de allí profundamente emocionado. Acababa de reencontrarme con un pedacito de la historia popular cántabra y de la mía personal.